La religión de no pocos está configurada por imágenes, conceptos y creencias que a ellos mismos les resultan poco convincentes. No le falta razón al teólogo Torres Queiruga cuando describe la situación religiosa de bastantes en estos términos: «Se cree, pero se duda de que las cosas puedan ser así; se duda, pero no se osa preguntar; se pregunta, pero no se dan respuestas claras...».
Tengo la impresión de que, a veces, se vive la religión como algo anticuado y poco grato, que todavía se conserva «por si acaso». A nadie se le oculta que esta manera de vivir la fe «bajo eterna sospecha» no puede ser fuente de gozo interior ni estímulo para vivir. ¿Qué hacer? ¿Echar a Dios del corazón? ¿Olvidar todo esto como algo que sólo puede interesar a gentes que no saben vivir a la altura de los tiempos? Estoy convencido de que muchas personas necesitan hoy ir al «núcleo de la fe»; desprenderse de falsas ideas que les impiden el encuentro con el Dios Vivo; deshacer fantasmas creados por el miedo. En definitiva, vivir una experiencia realmente nueva de Dios.
Lo primero es revisar a fondo cómo se entiende y se vive la religión. A veces, se piensa que hay como dos mundos. Por una parte, «la religión», el ámbito de creencias, ritos, oraciones y deberes religiosos; el mundo que le pertenece a Dios; lo que le interesa a Él. Por otra, «la vida humana», el mundo propiamente «nuestro», en el que nos movemos, trabajamos y nos divertimos; el mundo de nuestros intereses.
Según esta concepción, Dios buscaría lo que le conviene a Él, su gloria, mientras los hombres y mujeres nos afanamos por lo que nos conviene a nosotros. O si se quiere, a Dios sólo le interesaría de nosotros lo que está relacionado con «lo sagrado», no nuestra vida. De hecho, no pocos viven la religión tratando de servir a Dios con la sensación de que hacen lo que le interesa a Él, pero no lo que de verdad les conviene a ellos.
Qué transformación cuando la persona descubre que a Dios lo único que le interesa somos nosotros, que no piensa en sí mismo sino en nuestro bien, que lo único que le da gloria es nuestra vida vivida en plenitud. Yo he visto a alguien llorar de alegría al intuir por vez primera con claridad desbordante que Dios sólo quiere nuestra felicidad total y desde ahora mismo.
El evangelista Lucas nos describe un entierro en la pequeña aldea de Naím. Al ver a la madre viuda que ha perdido a su hijo único, Jesús se conmueve y le dice: «No llores». Al comprobar la intervención vivificadora de Jesús y ver al joven lleno de vida, la gente que capta lo sucedido grita: «Dios ha visitado a su pueblo». Dios no quiere que el ser humano llore.
Alguien me dijo en cierta ocasión: «Qué suerte si Dios fuera como Vd. lo presenta; pero ¿será así?» No. Dios no es como yo trato de presentarlo. Dios es siempre mayor y mejor que todo lo que podamos balbucir los humanos.
José Antonio Pagola
Tengo la impresión de que, a veces, se vive la religión como algo anticuado y poco grato, que todavía se conserva «por si acaso». A nadie se le oculta que esta manera de vivir la fe «bajo eterna sospecha» no puede ser fuente de gozo interior ni estímulo para vivir. ¿Qué hacer? ¿Echar a Dios del corazón? ¿Olvidar todo esto como algo que sólo puede interesar a gentes que no saben vivir a la altura de los tiempos? Estoy convencido de que muchas personas necesitan hoy ir al «núcleo de la fe»; desprenderse de falsas ideas que les impiden el encuentro con el Dios Vivo; deshacer fantasmas creados por el miedo. En definitiva, vivir una experiencia realmente nueva de Dios.
Lo primero es revisar a fondo cómo se entiende y se vive la religión. A veces, se piensa que hay como dos mundos. Por una parte, «la religión», el ámbito de creencias, ritos, oraciones y deberes religiosos; el mundo que le pertenece a Dios; lo que le interesa a Él. Por otra, «la vida humana», el mundo propiamente «nuestro», en el que nos movemos, trabajamos y nos divertimos; el mundo de nuestros intereses.
Según esta concepción, Dios buscaría lo que le conviene a Él, su gloria, mientras los hombres y mujeres nos afanamos por lo que nos conviene a nosotros. O si se quiere, a Dios sólo le interesaría de nosotros lo que está relacionado con «lo sagrado», no nuestra vida. De hecho, no pocos viven la religión tratando de servir a Dios con la sensación de que hacen lo que le interesa a Él, pero no lo que de verdad les conviene a ellos.
Qué transformación cuando la persona descubre que a Dios lo único que le interesa somos nosotros, que no piensa en sí mismo sino en nuestro bien, que lo único que le da gloria es nuestra vida vivida en plenitud. Yo he visto a alguien llorar de alegría al intuir por vez primera con claridad desbordante que Dios sólo quiere nuestra felicidad total y desde ahora mismo.
El evangelista Lucas nos describe un entierro en la pequeña aldea de Naím. Al ver a la madre viuda que ha perdido a su hijo único, Jesús se conmueve y le dice: «No llores». Al comprobar la intervención vivificadora de Jesús y ver al joven lleno de vida, la gente que capta lo sucedido grita: «Dios ha visitado a su pueblo». Dios no quiere que el ser humano llore.
Alguien me dijo en cierta ocasión: «Qué suerte si Dios fuera como Vd. lo presenta; pero ¿será así?» No. Dios no es como yo trato de presentarlo. Dios es siempre mayor y mejor que todo lo que podamos balbucir los humanos.
José Antonio Pagola
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