Mi Reino no es de este mundo, dice Jesús. Cierto, al que proclamamos Señor del Universo en este Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario, no residió en palacio ni se rodeó de cortesanos. No tenía súbditos ni esclavos, ni corona de oro con inscrustaciones de diamantes. Resistió las tentaciones del poder, del éxito y la demagogia mundana.
Los jefes de este mundo los oprimen... advirtió a sus discípulos y se hizo para todos, en el amor y el servicio a los más pobres, a los débiles a los excluidos. Proclamarlo Señor y Rey del Universo supone denunciar los ídolos de nuestro tiempo.
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