martes, agosto 03, 2010

La Palabra del Domingo

En el Evangelio del Domingo Décimo Noveno podemos observar como Jesús de una manera bien elaborada y hasta literaria nos enseña la importancia de asumir plenamente la vida cristiana, no como un simple trabajo de apostolado, sino como una forma de ser y de vivir. El Reino de Dios no es un trabajo y el evangelio no es la herramienta para llevar a cabo dicho trabajo como muchos han pensado equivocadamente.
El Reino de Dios debe ser la realidad contextual en la que nosotros debemos vivir, es decir, toda nuestra vida, todo lo que somos y queremos ser, debe estar arropado por la necesidad de manifestarnos como ciudadanos de este Reino. Por muchos años, la Iglesia pensó en sí misma como el Reino de Dios en la tierra y quien no estaba sujeto a sus directrices no podía formar parte de este Reino, por otra parte, muchos cristianos han desvirtuado el Evangelio cuando han asumido a este como una “estrategia”, “aplicación de ciertas prácticas” para hacer realidad la presencia del Reino de Dios en el mundo (en el peor de los casos para convertir a la gente). Ni lo primero, ni mucho menos lo segundo.
La Iglesia de Cristo no es el Reino de Dios
La Iglesia sin duda alguna es un canal importante para descubrir que el Reino de Dios es nuestra meta vital, y no hablo de meta como un punto al final del camino, hablo de meta como la construcción continua de este camino en el que voy descubriendo a Dios y en el que al final seré pleno en él; cuando la Iglesia (y en este sentido hablo de la Iglesia como la comunidad total de los bautizados y no solo como institución), asume el papel de imprescindibilidad (fuera de la Iglesia no hay salvación), se desvirtúa y se convierte en un partido religioso y ya sabemos lo que la historia nos ha dicho de los partidos religiosos, todos terminan siendo excluyentes.
Por lo tanto, la Iglesia se debe presentar como la comunidad de los hijos de Dios que ha asumido que el Reino es el marco en el que esta comunidad ha aceptado vivir, desde la fraternidad, acogiendo así el amor a los hermanos como experiencia privilegiada del amor a Dios. La Iglesia debe ser la comunidad inscrita en el corazón de la tierra para mostrar a todos que el Reino de Dios es una realidad que se asume en la vida, no que se practica, sino que se asume.
El Evangelio no es una vía, ni una herramienta de salvación.
Cuántas veces no hemos escuchado: “hermano si no sigues a Cristo, morirás” o “Hermano cumple la palabra de Dios y serás salvo”. Repito, ni lo primero, ni lo segundo. La salvación es pura gracia de Dios, la salvación es producto de ese amor inefable e infinito de Dios para con nosotros. Cuando el Evangelio se asume como norma de vida, como una manera de vivir, desde la espontaneidad del día a día; el amor de Dios se va descubriendo y se va experimentando de manera tal que el Reino se hace presente todos los días, no hay que esperar a morir para vivir la experiencia del Reino, eso sería muy triste, el Reino de Dios, cuya traducción más fiel es una vida plena y abundante en el Señor se vive desde el momento en que nacemos, la vida eterna ya la experimentamos cuando vemos las primeras luces de este mundo y no cuando la vida se transforma en la muerte.
Por lo tanto, el Evangelio debe ser para nosotros “el pan nuestro de cada día”, así como necesitamos de este pan para subsistir; así necesitamos de una experiencia evangélica constante y continua para vivir plena y abundantemente. Vivir el Evangelio es manifestar el amor de Dios a los hermanos en cada momento, en cada lugar y en cada circunstancia, Pero también (y muy enérgicamente lo expongo), es luchar con valentía y con la inteligencia que Jesús prodigó en contra de todas la cosas, situaciones y personas que desdibujen la imagen de hijos de Dios que todos llevamos impresa.
La llegada inesperada del Hijo de Dios
Muchos cristianos viven el Evangelio como si se tratara de un trabajo (establecen horarios de visita a los enfermos, tienes los días que van a la misa o al servicio religioso, horas expeditas de oración, entre otras cosas), todo bien cuadradito, bien enmarcado; en fin toda una rutina y es que en ese sentido el Evangelio se convierte en una rutina religiosa (No es que sea malo hacer esas cosas), lo que no puede suceder es que nos enfrasquemos tanto en “planes de salvación” y descuidemos una realidad importante, a saber, el Evangelio debe vivirse en todo momento.
Toda realidad, toda circunstancia, toda persona; pueden ser un lugar propicio para la vivencia evangélica y por tanto para la experiencia del Reino de Dios. Esto que he dicho, lo presenta de una manera muy hermosa Jesús cuando afirma: “No temas, rebañito mío, porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino. Vendan sus bienes y den limosnas. Consíganse unas bolsas que no se destruyan y acumulen en el cielo un tesoro que no se acaba, allá donde no llega el ladrón, ni carcome la polilla. Porque donde está su tesoro, ahí estará su corazón. Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas. Sean semejantes a los criados que están esperando a que su señor regrese de la boda, para abrirle en cuanto llegue y toque. Dichosos aquellos a quienes su señor, al llegar, encuentre en vela. Yo les aseguro que se recogerá la túnica, los hará sentar a la mesa y él mismo les servirá.”
Ese estar listos, ese no temer, ese aparente vivir en la indiferencia de las cosas terrenales, es lo que nos capacita para la vivencia del Reino y nos posibilita para mostrar a otros la experiencia que hemos tenido de este Reino y ellos experimenten el amor paternal de Dios, del que nosotros hemos disfrutado.
Queridos hermanos, no es un trabajo la vida cristiana, no tenemos que pensar en sociedades cristianas, ni Jesús quiso plantearse un mundo bajo una sola bandera religiosa; hemos vivido dos mil años de Evangelio y hoy vemos con tristeza como el secularismo y la indiferencia religiosa cada día adoptan nuevos seguidores y en lo que a mi manera de pensar respecta, esto es obra de nuestra manera de plantear la Buena Noticia del Reino. Jesús vivió sin tesoros acumulados, Jesús todo lo que dijo lo hizo, su persona era Evangelio; pues nuestra persona también tiene que ser Evangelio.
Es cierto, somos pecadores, pero el pecado jamás puede borrar de nuestra vida la realidad de ser semejantes a Dios porque somos hechura de sus manos; si tu cambias tu vida y asumes el Evangelio como una manera de vivir, los tesoros terrestres serán, lo que en palabras de Jesús son “ambición de ladrones y comida de polilla”. En este momento además de Jesús, recuerdo a otras personas como Francisco de Asís, Damián de Molokai, Maximiliano María Kolbe, Teresa de Calcuta y muchos otros que vivieron lo que he planteado. El Evangelio no como un trabajo sino como una forma de vivir, todos murieron pobres pero sin duda lograron la plenitud de ser personas en la esperanza de un Reino que ya había sido experimentado de diferentes maneras durante sus vidas y cuyos ejemplo de vida impulsaron el ánimo de muchos otros a vivir de la manera a la que Jesús nos ha invitado.
Recordemos hermanos que mucho se nos ha dado, pues bien, vivamos de tal manera que eso mucho que se nos ha dado podamos ofrecerlo como muestra del amor infinito que en nuestra vivencia en el seguimiento de Jesús hemos experimentado. Hay que rescatar la mística del día a día, tu presencia es presencia de Dios, porque tu llevas dentro su Espíritu, que nuestra presencia entonces sea motivo de gozo y regocijo para los que durante esta semana entren en contacto con nosotros y podamos así ser manifestación de la presencia de un Reino que ha llegado a nuestras vidas y del que no debemos temer una llegada inesperada porque como el administrador fiel hemos realizado nuestro trabajo. Así sea. Carlos I. Osteicoechea V.

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CONSAGRACIÓN AL CORAZÓN DE JESÚS
Te saludamos, Corazón admirable de Jesús.
Te alabamos, te glorificamos, te damos gracias,
Te ofrecemos nuestro corazón, te lo entregamos y consagramos.
Recíbelo y poséelo entero, puríficalo, ilumínalo y santifícalo,
A fin de que vivas y reines en él, eternamente,
Por los siglos de los siglos. Amén
."
Misioneros del Sagrado Corazón, MSC.
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