Domingo XXIV del Tiempo Ordinario. El Dios de Jesús es liberador, nos ofrece la libertad liberándonos de nuestras más propias e íntimas esclavitudes. El Evangelio de hoy nos lo recuerda en esas tres parábolas que nos cuenta, dos breves –la oveja perdida y la moneda perdida– y una larga –la historia del hijo pródigo–. Pero no hay que olvidar el comienzo del relato. Jesús no hace sino responder a la acusación de los fariseos y escribas que le culpan de “acoger a los pecadores y comer con ellos.”
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