
Tampoco se extrañarán si les digo que algunos de nuestros hermanos dudan de que el proceso de canonización actual sea lo más acertado, sobre todo, en lo que toca a las personas muy “extraordinarias”. El énfasis que ponemos en estas causas podría dar la impresión de que la santidad es sólo para los que están sobre y más allá de lo ordinario. Uno de los hermanos reclama que sería mejor canonizar sólo a la gente “ordinaria”, y no a Papas y otras figuras famosas.
Yo no creo que sea necesario defender aquí a ninguno de nuestros candidatos a la beatificación/canonización, en especial porque todos ellos (el P. Fundador, los obispos misioneros, los catequistas mártires y nuestros hermanos mártires etc.) eran gente muy ordinaria. Pero me mueve mucho más esta otra reflexión (surgida en uno de nuestros debates) que sería de tontos dedicar un montón de tiempo y energía (por no mencionar el dinero) a las causas de unos pocos hermanos ya fallecidos y ¡abandonar nuestra propia vocación a la santidad!
El Vaticano II insistió en que todos los miembros de la Iglesia estamos llamados a la santidad (Lumen Gentium, 40) y en este punto Jesús es muy claro: “Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto” (Mt. 5, 48). Ser santo (es decir, acercarse a Dios; ser como Jesús) es la esencia misma del discípulo de Jesús. Es nuestra vocación de cristianos.
Es también nuestra vocación como Misioneros del Sagrado Corazón. Me parece que a menudo ponemos nuestra vocación en servir a los demás (en especial a los marginados) mediante nuestras obras y ministerios. Pero podríamos ver la “santidad” como algo que sería más hermoso si se fuera haciendo ¡mientras vamos haciendo nuestro trabajo!
¡Pero la santidad es nuestro trabajo! Es el centro de nuestra misión, y no sólo un resultado bonito de nuestra misión. El Papa Francisco expresaría nuestra misión con una sola palabra: ¡Evangelizar! Pero la evangelización es, lo primero y lo más importante, la transformación de uno mismo. La Evangelización es que el Evangelio se haga real en mi vida. Mediante mi transformación en Jesús (es decir, haciéndome yo santo) es como me capacito para ser testigo del Señor Resucitado. Todo lo que yo hago para ser “santo” es parte de mi vocación y mi misión. Es lo que Jesús me ha llamado a hacer.
Para los Misioneros del Sagrado Corazón, y de hecho, para toda la Familia Chevalier, la santidad toma una forma muy concreta:”participar de los sentimientos del Corazón de Cristo” (Const. 11). Mediante nuestro Culto Perpetuo (no tanto como una práctica piadosa sino más bien como una forma de nuestra espiritualidad) nos pareceremos a Jesús, teniendo la misma sensibilidad y los mismos sentimientos que tiene él. En nuestra meditación reflexionamos sobre el Evangelio para descubrir qué había en su corazón cuando tocó al leproso, o pronunció el nombre de María, o dijo al ladrón que estaría con él aquel día, o lloró ante la tumba de Lázaro. Luego, nos vamos a lo profundo de nuestro propio corazón para examinar los sentimientos que tenemos allí, y ver, comparando con Jesús, qué tal somos “con” la gente que forma parte de nuestras vidas y nuestro ministerio. Es en esta dinámica de relaciones- Jesús con nosotros; yo mismo con los demás; Jesús conmigo- como crecemos en santidad. Cuantos más santos seamos, mejor podremos hacer que “el Sagrado Corazón sea conocido y amado en todas partes”.
¡Les deseamos a todos una SANTA FIESTA DEL SAGRADO CORAZÓN el 27 de junio!
Mark McDonald, MSC
Por la Administración General.
Junio 2014
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