Por la naturaleza de nuestra vocación y lo específico de nuestra misión en la Iglesia y en el Mundo, los Misioneros del Sagrado Corazón tenemos el permanente desafío (hoy más que nunca) de hacer presente y actuante el amor misericordioso del Padre que nosotros reconocemos se ha revelado en su Hijo Jesucristo al hacerse el último de todos.
Al proclamar la utopía de ser “Corazón de Dios en el mundo” -sin pasar por ilusos o presumidos y sin que los hechos demuestren lo contrario-, nos urge estar atentos a la crisis que nos azota hoy y preguntarnos de qué modo esa espiritualidad compasiva que está al origen de nuestra Congregación, nos hará más cercanos, más empáticos y más disponibles para acompañar los temores, las dudas, las expectativbas y las necesidades de quienes nos rodean, en las parroquias y en las obras…
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